Los zurdos, cuando alcanzan el hábito de la lectura, tienen la dificultad de que los libros están diseñados para diestros. El torzal los aúna sin diferencia de género.
Los
diestros, que diseñaron el mundo a placer, tijera en ristre recortaron la parte
del mapa que ocupaban y quedaron desamparados en tierra de nadie, rechazados por
enfermos, contagiosos, tal vez. Un pespunte
refulgente marcaba su territorio; un gueto rodeado de una sima perfeccionada a punzón.
El
mundo avanza, ya no los demoniza, sino que los envuelve con organza, pero, el
acceso a la lectura, no ha cambiado.
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