Agosto llega a su fin. Se marcha dejando la puerta abierta a la intempestiva llegada de septiembre.
Bajo el palio del firmamento, que deja
ver el sol a intervalos, los Santos, en sus andas de plata, sobre un coche negro, recorren la ciudad para recordar
a los ciudadanos que los esperan en la
Catedral.
No hace mucho tiempo, tan solo dos años, los fieles los procesionaban sobre sus hombros, como a los toreros en su mejor tarde, seguidos por el palio bordado en oro y grana que cubre al obispo y sus acólitos, que son los que necesitan protección, porque a los hermanos, qué más pueden hacerles que, dejarlos sin cabeza en aquellos tiempos en los que sus convicciones les hizo navegar contracorriente.
Ahora, y desde entonces, pedimos su
ayuda e intercesión, pero quién les ayudó cuando no les permitieron pensar o sentir distinto a los
demás. ¿La divinidad?
Su mediación necesitamos con
urgencia, para no zozobrar en las negras y sinuosas aguas en las que nos toca bogar.
No obstante.
Fotos: mis archivos
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