Viendo el panorama,
agarró la maleta y se fue con la música a otra
parte. No se llevó la batuta. Era, a
todas luces, un regalo envenenado, falto de cariño. Se llevó lo puesto, y la mochila de la experiencia llena de
sinsabores y deslealtades, que debería depurar.
¿Qué tenía? ¡Los bolsillos vacíos, ni un mal kleenex para variar! Esto le hizo gracia… Sí, sentido del humor no le faltaba. Eterno compañero de sus venturas y desventuras…, aún le quedaba
de sobra.
Erguido, que no altivo,
emprendió el camino con la actitud propia de un triunfador.
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